domingo, 20 de febrero de 2011

Route 66 - Day 4 - Memphis - Springfield

Seguimos nuestra aventura y mientras Rafa protagoniza una encarnizada batalla persiguiendo al Sol atravesando praderas y campos de trigo, Roger reflexiona en la parte de atrás de nuestro carruaje americano y yo plasmo a vuela pluma estas humildes ideas.
Dicho de otro modo, Rafa conduce, Roger soba y a mi me toca escribir. Empezamos.

Amanece el cuarto día de nuestra Ruta 66 y para variar hemos dormido medianamente bien. Con énfasis en lo de medianamente ya que la fiesta de ronquidos en nuestra habitación nunca para. Hemos hecho, además, un descubrimiento increíble. Ya sabíamos de la capacidad de mutación y adaptación a entornos extremos de Roger. Es capaz de parecer un redneck, un tío nacido en Texas, un indigente, dormir en unos escalones, en la parte posterior de un coche o lo que se tercie. Es un comando de élite que se adapta a todo. Y también lo hace con los ronquidos.
Si en la habitación se ronca fuerte, Roger ronca fuerte. Si hay silencio sepulcral el tío parece muerto. Si alguien se despierta también se despierta. Está ahí, siempre, always. Y da miedito.
Después del desayuno en el que yo, hábilmente, me las apañé para derramar una taza de zumo de manzana por la mesa manchándome los pantalones y la camiseta, decidimos salir a disfrutar de las bondades de Memphis.

Y estando en Memphis la primera visita está clarísima. Toda la ciudad se basa en un icono, Elvis Presley. Preside la mayoría de carteles promocionales, usan su imagen para vender zumos, coches, zapatillas, juguetes, tazas de wáter y hasta libros de conjuros de voodoo. Elvis es a Memphis lo que Chiquito a La Calzada. Así que uno no puede venir a esta santa tierra sin ir a visitar el Rancho de Graceland. Hogar de Elvis y cementerio de toda su familia.

Encontrarlo no tiene mucho misterio ya que la calle donde está construido se llama Elvis Presley Boulevard. Aunque eso sí, la primera idea era contratar un tour que costaba un ojo de la cara y en el que Rafa estaba empecinado. El problema es que empezaba a las 10 de la mañana y no teníamos tiempo material de llegar a tiempo. Debíamos dirigirnos nosotros mismos a Graceland.


Estábamos convencidos de que lo que encontraríamos en la casa de Elvis no merecería mucho la pena. Nos equivocábamos.

Graceland es una especie de parque de atracciones póstumo dedicado a la figura de Elvis. Con exposiciones, pases de películas, coches antiguos, visita guiada por su impresionante casa, restaurantes, sala de trofeos… es el paraíso que todo fan de Elvis desearía visitar una vez en la vida.


Lo que fue Elvis para este país, el icono cultural que fue, la importancia que tuvo en su época, las raíces y cómo ha influído en la cultura pop de estas tierras… es incalculable. Y prueba de ello es que incluso un día lluvioso, entre semana, Graceland se llena de peregrinos que viajan hasta aquí para rendir homenaje al Rey del Rock. No es para menos.


Las fotos hablan por si mismas. Salas bizarrísimas que siguen iguales a como las dejó Elvis cuando falleció. Sala de billar, sala de tiro, sala de tennis, de trofeos, grabación, imitación a una jungla (con cascada incluída), establo, garaje… ¿Se puede visitar todo en Graceland? No, todo no. Y aquí viene lo mejor del asunto. Nunca nadie ha subido a la segunda planta de la casa desde que murió Elvis. Por deseo expreso de la familia nadie sube, ni los trabajadores. Dato curioso ya que nadie vive allí… o eso dicen.


Muchos están convencidos de que Elvis sigue viviendo y lo hace precisamente allí. Vigila a los que visitan su casa, a los que dejan flores en su tumba, a los que firman el muro que rodea la finca y que está repleto de dedicatorias. Elvis vive y si no lo hace debería. Aunque quizá cuando viera lo deforme que está Priscilla, la que fue su mujer y ahora es adicta a la cirugía estética, se volvería a morir.


Pero no todo está en la casa. Otra parte espectacular fueron sus dos aviones. Sí, tal y como lo leéis, este tío tenía dos aviones para su uso personal. Y uno de ellos de un tamaño enorme. Permiten subir y fotografiar el interior que, pese a que se nota que fue diseñado en los años sesenta era una auténtica pasada.


- Oye, todo este avión está enmoquetado. ¿No?
- Joder, tiene moqueta hasta en las paredes!
- Estos americanos serían capaces de enmoquetar la cubierta de un barco!

La última parada de la excursión nos llevó a la colección privada de coches de Elvis. Auténticas maravillas que el Rey del Rock había ido adquiriendo a medida que ganaba millones de dólares, corazones de niñas adolescentes americanas y kilos de peso. Atención especial a Gladys, el cadillac rosa que le regaló a su madre cuando empezó a tener éxito. Está pintado por él mismo. Bizarro pero con charm.


Salimos de Graceland y nos dirigimos a comer a Beale Street. La calle de Memphis en donde nació el mismísimo Blues. Un sitio que todavía mantiene su esencia y un cierto encanto sureño. Una calle en la que se mezclan tiendas de todo tipo con conciertos de Blues en vivo y carrozas iluminadas tiradas por caballos que son marca de la ciudad.


Tenemos un hambre atroz, Roger ha empezado a mordisquear su brazo y Rafa amenaza con comerse al primer perro que se nos cruce. Son las dos de la tarde, una hora relativamente normal en España para comer pero una majadería aquí. Encontramos pronto un local mítico en el que calmar nuestro apetito. BBKing’s BBQ. El local de comida típica que abrió el mismísimo BB King hace unos años y que es un homenaje constante al Blues.

Allí, Roger y Rafa pueden cumplir algo que llevan planeando desde que nuestros pies tocaron este país. Van a zamparse las costillas más grandes que tengan en  el restaurante. Así, a degüello, sin anestesia. Las BB King’s BBQ Ribs Extreme. Dos costillares bañados en salsa barbacoa acompañados de ensalada de col, un botecito de judías con salsa de tomate y una madalena que hacía las veces de pan. Rafa salivaba de una manera extrema y Roger casi se pone a llorar al probarlas por primera vez.

-Cómo cojones hacen esto así tío?!!!!
-Están taaaan tiernas!! Voy a llorar de placer tíiiios!
-Me pediría otro plato igual!!!


Yo, a diferencia de mis compañeros elijo otro plato recomendado por el señor BB King. Dos pechugas de pollo asadas acompañadas de pasta hervida con parmesano. Empiezo a salivar como Rafa. Después de bendecir la mesa y darle las gracias a Dios por los alimentos (costumbre que estos dos han cogido desde que se sienten verdaderos americanos) salimos dispuestos a recorrer la calle Beale intentando encontrar un Starbucks para conectarnos al WiFi.

Es una práctica que aconsejamos a todos los que vayan a seguirnos en un viaje así. Utilizamos, después de comer, un Starbucks para conectarnos a internet y reservar el motel de carretera en el que descansaremos esa misma noche.

Llega el momento de empezar el trozo en coche del día. Serán 5 horas hasta Springfield en las  que atravesaremos carreteras medio olvidadas y bosques como el Mark Twain National Forest. Siempre siguiendo la ruta 66 en todo lo que se pueda y volviendo a la I-44 cuando la situación lo exija. Parecen paisajes extraídos del ‘Alan Wake’.

Pero ya sabéis que en las carreteras de Estados Unidos puede pasar cualquier cosa y nosotros hemos encontrado a nuestro Diablo sobre ruedas particular. Un camionaco infernal que nos ha “perseguido” durante un montón de millas a una velocidad a la que los camiones no deberían circular. Nos alcanzaba, nos adelantaba y volvía a colocarse delante nuestro y a aminorar la marcha.

Le adelantábamos y volvíamos a empezar el bucle. Vamos, un chalao que decidió jugar con nosotros un ratito hasta que le dimos esquinazo adelantándole por mucho. Si Rafa hubiese tenido su pistola otro gallo hubiera cantado. Disparo a las ruedas y showtime, pero no pudo ser.

El tiempo pasa, hemos cruzado Arkansas, y la verdad es que se ha hecho muy tarde. Estamos hambrientos y ante el miedo de no encontrar nada abierto al llegar a Springfield decidimos parar a comer en un McDonalds de carretera en el que una amable moza nos ofrece tres hamburguesas de pechuga de pollo. Aceptamos encantados no sin antes dejar que Rafa cumpliese otro de sus mini retos personales en este viaje. Ha vuelto a probar la cerveza de raíz (una cerveza sin alcohol para niños que describe como una mezcla de Listerine y Reflex. Está malísima pero sigue bebiendo ya que engancha. Roger, por su parte, la encuentra deliciosa. Ya sabéis, ya se ha adaptado a todo.).

Llegamos finalmente al hotel. Que sigue siendo exactamente igual que los anteriores. Misma cadena, mismas habitaciones, mismas camas y mismo desayuno. Mañana más.

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